CAPÍTULO 15: La huida
En la escapada, a veces corremos por los pasillos y otras veces vamos despacio, mirando bien todos los rincones, observando si alguien puede volver a capturarnos.
De pronto, sin casi darnos cuenta, nos plantamos en el pasillo final, el pasillo que comunica con la puerta de salida.
Nos miramos fijamente, sabiendo perfectamente qué piensa el otro, y sin decirnos nada, echamos a correr tan rápido como podemos. Es nuestra única oportunidad de escapar y no la vamos a desaprovechar. El pasillo no es muy largo, pero es la carrera más larga que he corrido nunca. La puerta parece no llegar nunca.
En ese preciso momento, a escasos 3 metros de la puerta, se me pasa por la cabeza la típica imagen de las películas. Aquella en la que un policía por sorpresa tapa la puerta, impidiendo la huida al que huye desesperadamente.
Pero, sin apenas darme cuenta, estoy en la calle, corriendo ahora de la mano del chico, sin echar la vista atrás.
No lo puedo creer, soy libre. Ningún policía ha tapado la salida, nadie nos ha visto. No me creo que todo haya sido tan fácil, pero así es.
Llegamos corriendo a un callejón sin salida, muy lejos de la comisaría. Estamos agotados, sin aliento. No dejamos de respirar por la boca, con el corazón casi en el suelo. Él y yo nos miramos a los ojos y nos abrazamos fuertemente. Es un abrazo intenso, como de alegría, de cansancio, de emoción...
Aunque tengo que reconocer que en sus abrazos siento algo extraño.
Una sensación de seguridad, de confianza y rápidamente me pregunto a mi misma...
De pronto, sin casi darnos cuenta, nos plantamos en el pasillo final, el pasillo que comunica con la puerta de salida.
Nos miramos fijamente, sabiendo perfectamente qué piensa el otro, y sin decirnos nada, echamos a correr tan rápido como podemos. Es nuestra única oportunidad de escapar y no la vamos a desaprovechar. El pasillo no es muy largo, pero es la carrera más larga que he corrido nunca. La puerta parece no llegar nunca.
En ese preciso momento, a escasos 3 metros de la puerta, se me pasa por la cabeza la típica imagen de las películas. Aquella en la que un policía por sorpresa tapa la puerta, impidiendo la huida al que huye desesperadamente.
Pero, sin apenas darme cuenta, estoy en la calle, corriendo ahora de la mano del chico, sin echar la vista atrás.
No lo puedo creer, soy libre. Ningún policía ha tapado la salida, nadie nos ha visto. No me creo que todo haya sido tan fácil, pero así es.
Llegamos corriendo a un callejón sin salida, muy lejos de la comisaría. Estamos agotados, sin aliento. No dejamos de respirar por la boca, con el corazón casi en el suelo. Él y yo nos miramos a los ojos y nos abrazamos fuertemente. Es un abrazo intenso, como de alegría, de cansancio, de emoción...
Aunque tengo que reconocer que en sus abrazos siento algo extraño.
Una sensación de seguridad, de confianza y rápidamente me pregunto a mi misma...
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